Siempre se ha dicho que nadie olvida el primer amor. Quizás nunca vuelvas a ver a la persona que tanto quisiste, sin embargo el recuerdo de esas primeras emociones y sensaciones adquiere en tu imaginación una dimensión inmensa. Así es Moonrise Kingdom, la última película de Wes Anderson (uno de los más singulares directores del cine americano actual): una revisión del primer amor en la que convierte nuestra mirada en la de un excéntrico niño que lo vive por primera vez.
Para ayudar a ponernos en los ojos de Sam, el joven protagonista del filme, Anderson se ayuda de una estética cuidadísima, colorida, exagerada, casi sacada de un cuento infantil, que encaja perfectamente con su decisión. Eso sí, no hay que confundir, Moonrise Kingdom no es una película infantil. Es la mirada (muy personal) de un autor sobre los recuerdos de nuestra niñez. Por ello entre esa visión idealizada y aventurizada del amor nos encontramos con una banda sonora que sólo un adulto podrá apreciar, diálogos imposibles para que unos niños puedan decir en la vida real y sentimientos muchos más profundos que los que un chaval pueda entender.
Esa es la fórmula que entrega Wes Anderson, fórmula con la que arriesga y que esta vez ha resultado ganadora: la mezcla de imaginería y aventura infantil con un tratamiento para los adultos. Es curioso ver como el director (y guionista) opta porque todos sus personajes adultos sean tristes, y amargados mientras que los niños sean idealistas y luchadores, una paradoja que define muy bien a la película, no debemos olvidar el niño que llevamos dentro, ni las emociones que sentimos una vez.
Formalmente Anderson sigue siendo un esteta que en cada película depura más su estilo, sus largos travellings, su empleo de la cuidada selección musical... todo está esta vez perfectamente medido en su película más accesible (que no menos personal).
Es una delicia ver un filme en el que se nota que hay una implicación personal del creador, y no sólo en la historia central, sino también en como reimagina los géneros cinematográficos haciéndolos pasar por el filtro de la mirada infantil y de su particular humor: el cine de aventuras, bélico o de amores imposibles tienen aquí su particular e idealizada versión.
Sería una evidencia alabar el papel de actores como Bill Murray, Frances Mcdormand o Edward Norton, pero sí que habría que destacar el papel de todos los chavales de Moonrise Kingdom, especialmente el de los dos protagonistas, que consiguen resultar creíbles a pesar de lo arriesgado de la propuesta.
Es una pena que en el segundo tramo del filme (tras la segunda huída) se acuse una bajada de interés bastante importante, quizás por no poder mantener el perfecto ritmo de su primera mitad más que por propios defectos. Sin embargo el delicioso final y los títulos de crédito a golpe de la sinfonía del maestro Alexander Desplat nos devulven otra vez a convertir en niños disfrutando al ver sus recuerdos plasmados en un cine.