Cuesta entender los motivos que han llevado al jurado de la Seminci a dar la Espiga de Oro a un filme como Sin retorno, una obra cercana al telefilme de sobremesa de antena 3 en el que ni sus actores (habitualmente bordando sus papeles) pueden hacer nada por evitar la sensación de historia mil veces vista y contada mucho mejor.
Sin embargo en este caso la prensa (sin ser una de las peor recibidas su media no pasaba del 6,5 en el tablón crítico que publicaba El Norte de Castilla todos los días de festival) se ha debido equivocar, ya que el film de Miguel Cohan recibió también los galardones de la crítica y el prestigioso premio FIPRESCI.
Pero volvamos a la película argentina, en ella se nos narra como la vida de dos desconocidos se cruzan y marcará su destino para siempre cuando uno de ellos atropella a un ciclista y el otro es acusado de un crimen que no ha cometido. La supuesta fuerza de este filme reside en la evolución de los personajes y la veracidad de sus decisiones, pero sin embargo todo resulta previsible y más que veraz, desdibujado. El personaje de Federico Luppi, el padre de la víctima y uno de los a priori más interesante, no es más que una caricatura ya que no vemos de él otra cosa que sus declaraciones por televisión y su afán en convertir el suceso en un circo mediático.
No hay nada en esta obra que suspenda garrafalmente (excepto esas elipsis imprevisibles e incomprensibles), sin embargo tampoco aporta nada nuevo que la haga destacar sobre otras propuestas de temática parecida. No tiene garra, ni fuerza ni una apuesta estética que la haga destacar, es una obra destinada a ser olvidada tan pronto como abandones la sala, algo que no debería ocurrir con una ganadora de la Espiga de Oro. Menos mal que siempre nos quedará Kiarostami...
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